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“Sin fronteras no hay amor, hay pegoteo”

Cuerpo & Alma
“Sin fronteras no hay amor, hay pegoteo”

El libro Criar sin miedo nos condujo a Miguel Espeche. Conversamos con este psicólogo argentino (*), sobre la actual función paternal. Con sencillez y sentido común, Espeche se refirió a conceptos hoy casi en desuso como autoridad, responsabilidad y goce

mayo 14, 2014
Miguel-Espeche-foto

Psic. Miguel Espeche, en su consultorio de Buenos Aires.

 

Por Martina Pérez

Sus columnas en revistas y diarios argentinos forman parte de mi lectura cotidiana. Con sencillez y profundidad, Miguel Espeche expone sobre los vínculos humanos. Lejos de un lenguaje técnico y rebuscado, no es de los psicólogos que se pierden en lo abstracto y las teorías. Su comunicación es llana y directa. Miguel construye puentes. Señala lo pequeño, lo cotidiano. Rescata lo mejor del ser humano. Su columna La Ceremonia es de los textos más conmovedores que leí en los últimos meses.

Hace un par de años, el título del libro Criar sin miedo me atrapó en una librería de Buenos Aires. En plena etapa de crianza, me lo devoré en casi una semana. Allí estaban, desplegados sin dramas ni fantasmas, dudas, miedos y desconciertos tan familiares. Miguel los señalaba y los desinflaba. Naturalmente. Con empatía, cierta cuota de humor y grandes dosis de sentido común como principales y efectivas herramientas. Sus reflexiones a mí me funcionaron. Como padre, uno se siente comprendido, aliviado y en comunión con otros padres, más allá de las diferencias de contexto y condición social.

Ante un libro subrayado, repleto de asteriscos y señaladores, que había peregrinado entre mis amigos y familiares, Dolores y yo nos dispusimos a armar la entrevista. Una vez en Buenos Aires, con Miguel Espeche sentado en frente a nosotras, olvidamos todo formalismo y cuestionario. Las preguntas brotaron de forma espontánea. Más que una entrevista, fue una charla sobre matrimonios, padres e hijos, sobre grandes y pequeños temas, sobre encuentros y desencuentros.

Martina Pérez: ¿Cómo ves a la familia de hoy?

Miguel Espeche: La familia siempre estuvo en crisis. Es una estructura que siempre está sujeta a los avatares del tiempo, del contexto. Por ejemplo, el concepto de familia en una favela en Brasil es muy distinto al de una familia clase media en una ciudad. En una favela se da una crianza más tribal, son también los abuelos, los vecinos, quienes cuidan a los niños y quizás los crían muy bien. En Occidente una familia de clase media está muy presionada, muchas veces los padres trabajan ambos y no tienen apoyo logístico o hay muchos hogares mono parentales. Es muy común además, que estas familias tengan ideales muy altos respecto a la felicidad de sus hijos, pero al mismo tiempo se encuentran con que no hay muchas facilidades que sostengan estos ideales.

MP: En tu libro Criar sin miedo te referís al desconcierto y a la falta de autoconfianza que tienen los padres al educar. 

ME: Hay una ideología del miedo que existe hace mucho tiempo pero ahora se ha hecho más sutil e indica que cuanto más miedo tenés, mas sabés de la realidad y también obrás mejor dentro de esa realidad. La ecuación sería: cuando un padre tiene más miedo, es mejor padre. Un concepto por supuesto muy negativo porque uno pretende dar a sus hijos instrumentos como el coraje y los recursos frente a los peligros, pero sobre todas las cosas, uno tiene que ver a la vida como algo bueno porque si lo ve como algo malo le estás quitando algo esencial, el para qué de todo.

MP: ¿Cómo mantener a raya nuestros propios miedos y no trasmitirlos a nuestros hijos?

ME: Hoy los padres son bombardeados como que el riesgo es inminente y en consecuencia tenemos que estar siempre atentos. El concepto de seguridad es uno de los hijos del miedo y es muy distinto al concepto de confianza. El que tiene miedo apuesta a la seguridad pero “al seguro se lo llevaron preso”. Las medidas de seguridad en algún momento fallan porque siempre alguien se muere, otro es asaltado, etcétera. Frente a esa verdad nadie tiene como contrastarlo. Frente a la muerte, las personas generan vida, se juntan, hablan, hacen rituales, se unen en comunidades. Todo aquello que sea intercambio. Pero si tú solo estás notificado todas las cosas horribles que te pueden pasar, quedas a la merced de cualquier gil que venga y te manipule. Por algo dicen que el verdadero opuesto del amor no es el odio, es el miedo. También está esa idea de que la duda permanente es algo positivo. De ahí padres que no tienen certezas. Y los hijos buscan certezas. El padre no tiene certezas porque tiene miedo de ser autoritario, terror a equivocarse, como si fuera un espanto…  ¡Y no pasa nada!

MP: ¿Cuál es tu hipótesis en cuanto a que los padres se están dejando avasallar de esta manera?

ME: Porque se han puesto en duda muchos paradigmas; ¡pero ojo que esto es sano! El problema radica en que no se han remplazado por otros. Por ejemplo, autoridad es una palabra que está prohibida, tenés que esforzarte enormemente para lograr eufemísticamente dar cuenta de algo que se llama autoridad y decirlo sin miedo. Es esa función que indica que el padre o la madre le enseñan a comer al hijo, a bañarse, le indican cómo hablar, etcétera. Todo esto tiene que ver con la autoridad de los padres, lo que está bien y lo que está mal, que marca la eficacia o no de las conductas. Entonces, en la medida en que ponés en tela de juicio todo esto, estás transitando en piso enjabonado todo el tiempo y es lo que le pasa a muchos padres que dudan de sí mismos permanentemente por más que en realidad amen profundamente a sus hijos.

MP: ¿Y cómo perciben los chicos a esos padres temerosos?

ME: Y… les dan pena y dicen: “¡Qué bueno que es ser chico porque cuando crecés te transformás en «eso» que son papá y mamá!”.  Allí ves cómo los niños que llegan a la adolescencia quieren vivirlo todo porque después se te termina la vida, empezás a ser adulto y ser adulto es un bajón para ellos. Por eso les digo a los padres que tengan relaciones sexuales, pásenla bien y demuestren a sus hijos que la pasan bien. Eso les da pautas de que los únicos piolas no son los jóvenes, que allá en la adultez también hay vida, hay una tierra prometida y eso tiene que ver con la dignidad con que uno enfrenta los problemas de la vida. Lo que pasa es que los padres creen que el mundo que les están dejando a sus hijos es malo y se sienten culpables. Y yo me pregunto ¿cuándo fue bueno el mundo? Siempre hubo amenazas, o una tribu enemiga, no había antibióticos y los microbios hacían estragos. Hoy te infectas y te dan un antibiótico.

MP: ¿Estamos desencantados porque se cayeron los ideales?

ME: No, yo creo al contrario, que hoy hay demasiados ideales, tantos que te distraen de los valores. Los valores no son ideales, los valores son valiosos porque son eficaces, sino no serían valores. Por ejemplo, el valor de la confianza es eficaz porque sin confianza hay un montón de cosas que no podríamos hacer. Se construyen naciones enteras gracias a la confianza. Pero, si considerás que eso no sirve, entonces estas mandando al muere a todo el mundo. Los ideales solo te sirven en términos de referencia. Cuando el ideal para lo único que te sirve es para una comparación frente a tu realidad, siempre vas a salir perdiendo y te deprimís. Es como esa canción Imagine de John Lennon. Yo no estoy de acuerdo con lo que dice. Habla de un mundo sin fronteras cuando lo lindo justamente es que haya fronteras porque podes querer al otro; sin fronteras no hay otro, entonces ahí no hay amor, hay pegoteo, es una trampa. Hay padres que no creen en las fronteras, y entre hijos y padres debe haber fronteras, los padres tienen una función y los hijos otra. Cuando un padre no valida eso y quiere hacer todo un mundo sin fronteras, deja huérfano al hijo. Hoy, al desdeñar valores y tradiciones, parecería como si cada padre inaugurase la paternidad en la mesa del comedor de su casa… ¡Y la presión del chico te vence en dos segundos!

MP: ¿Cómo recuperar el goce de la función paterna?

ME: Hay un dicho que dice: “No es lo mismo ser libre que andar suelto”. Mucha gente cree que andando suelta es libre, entonces está presa del miedo a quedar atrapado pero en realidad está preso. Entonces esto de tener hijos y sentir que ellos te planifican los abruma. Por ejemplo, a los chicos les hace muy bien que sus padres sonrían, que tengan un buen laburo o que les guste la música. Entonces, la función paterna es gozosa en la medida en que se complementa con otras funciones que tienen que ver con la pareja y con el amor de los padres entre sí o con la vocación o con los anhelos personales de cada uno, etcétera. Cuando los chicos son todo se genera un agobio. Hay padres que se sobregiran en su función por causa de esta idea de perfección y otros que no se la bancan y se vuelven muy negligentes. Pero son dos caras de la misma moneda.

MP: Cuando nuestra generación mira a sus padres, da la impresión que vivían más relajados y tal vez, si uno insertara hoy a padres de antaño, podríamos hasta pensar que son negligentes. 

ME: Sí… Pero también hoy hay cosas muy positivas. Antes sí eran más relajados pero también más desamorados. Hoy se les da más afectividad. No hay que reivindicar nada; lo que no te mata, te fortalece. Uno tiene un radar con su hijo, hay que desarrollarlo, no hay necesidad de mirarlo todo el tiempo. Uno es el mejor padre que su hijo puede tener. Es lo que hay. Y esta idea tranquiliza. Lo que tengas que hacer por tu hijo, hacélo con lo que tenés. Nunca va a estar mal, solo te puede juzgar el Estado y Dios.

MP: Uno tiene que hacer oídos sordos al juez interior, que a veces son sus propios padres o mandatos externos… 

ME: Para eso sirven los hijos, para que uno vaya soltando esos reclamos con sus propios padres. Mi padre una vez me dijo que si un hijo puede hacer críticas tan acertadas hacia su padre, entonces ese padre tan mal no debe haber hecho las cosas.

MP: A muchos padres lo que hacen no les parece lo suficientemente bueno.

ME: Hay un mito que dice que cuanto más señalás los defectos sobre algo, ese algo mejora. Y eso es mentira, es un mito espantoso. Se cree que señalar lo malo es inteligente y encima nos creemos valientes en decirlo porque nadie te lo dice y eso es una tontería. Hay que ser valiente en lo que funciona y en lo que es bueno y los padres deberían decir: “Yo quiero mucho a mi hijo y además hago bastante por él, pero además tengo problemas”. Teológicamente el mal se define como la ausencia del bien, no es una entidad en sí misma. Así como la oscuridad se define como la ausencia de luz. Entonces, con esa idea, si vos estás señalando siempre la falta, pedaleás en el vacío. Por eso los chinos dicen que la mejor manera de combatir el mal es hacer el bien, no pelearse contra el mal. Si tenés un “defecto” como padre, ese defecto está arriba de una virtud. Tenés que nombrar la virtud. Por ejemplo, yo les digo: “Con lo que lo amas a tu hijo, algo bueno va a salir todo esto”. Y la reacción es: “¿En serio?” Y les digo que sí. Y es un alivio. Hoy hay una sobre exigencia y una sensación de poco apoyo a las virtudes. Por ejemplo, el noticiero no te dice que hoy en Argentina nacieron 5000 chicos, sino que te dicen que hubo tantos crímenes.

MP: ¿Cómo rebatís esta tendencia en el consultorio cuando los padres creen que no son suficientemente buenos?

ME: Señalando lo obvio. Una vez fui a Tucumán y un padre tucumano me preguntó: “¿Cómo hacemos con el Internet?”. Y yo le digo: “Y usted ¿cuánto tiempo deja a sus hijos estar en internet?”. “Una hora y media y se terminó”, me contestó. Y yo le respondí: “Esa es la medida. Para qué me pregunta a mí si usted ya sabe, confíe en su propio criterio”, le señalé. Y si te equivocás al día siguiente lo remendás. ¡Si sos el jefe! Otro aspecto que me parece importante destacar es que no todo se arregla con los chicos sino en el entendimiento conyugal, con intimidad en la conversación, con una buena charla y convivencia. Cuando digo que muchos problemas de la crianza se dirimen teniendo sexo la noche anterior, la reacción de los padres es de risa, hay como cierta tensión. En esa risa sale mucha energía, y eso es lo que los chicos perciben. Es súper serio y significativo. ¡Y no saben lo difícil que es explicar esto a los padres!

(*) Espeche enfoca su actividad en áreas vinculares, educativas, comunitarias, empresariales e institucionales. Escribe para el diario La Nación y la revista Sophia. Es autor de Penas de Amor, casos reales y actitudes frente al dolor emocional y Criar sin miedo. Desde 1997, es Coordinador General del Programa de Salud Mental Barrial del Hospital Pirovano con una red de más de 200 talleres de ayuda.

 

http://www.miguelespeche.com.ar/

http://www.vivisophia.com/index.php?option=com_content&view=article&id=5216&catid=35&Itemid=90

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Acerca del autor

Me llamo Dolores de Arteaga y soy del 70. Amo la vida, con sus dulzuras y sus sinsabores, con mi pasado y mi presente. Tengo un largo camino recorrido como mujer y como ser humano, con todo lo que estas palabras implican. Fui niña y adolescente. Soy hija y madre, mujer de mi marido y amiga. ¿Mi marido? Mi pilar, el compañero que elegí desde que lo conocí, que nunca me cortó las alas para volar. ¿Mis hijos? Son lo más importante y fuerte que me pasó desde que nací. ¿Mis amigas? Son del alma, fueron mi propia elección, son mi otro yo, ven la vida con mis mismos lentes. sobremi Fui maestra, dueña de una tienda de segunda mano y ahora soy bloggera. Siempre digo que mis ciclos duran diez años; me gustan los cambios, reinventarme cada tanto. Me parece que las mutaciones forman parte del movimiento y de la riqueza de la vida. A partir de los 40 sentí que estaba empezando la otra mitad de mi existencia y se me despertaron gustos e intereses que quizás estaban dormidos. Me siento más entusiasta ahora que a los 20. Se preguntarán “¿qué se le dio por hacer un blog?”. Tengo intereses de todo tipo. Considero que leer es uno de los placeres de la vida, que el arte nos estimula los sentidos y que viajar nos enriquece el intelecto y el alma. Siempre me gustó descubrir la otra cara de las ciudades, hacer hallazgos donde no es fácil identificar a primera vista, descubrir y redescubrir lugares, conocer a la gente, estudiar la naturaleza humana en sus diferentes realidades, hurgar un libro hasta el cansancio, improvisar críticas de cine de lo más personales con amigas, salirme del clásico circuito pautado por unos pocos y estar pendiente de qué se puede hacer acá, allá o donde fuere. Pero sobre todo, me gusta reírme, y si es a carcajadas, mejor todavía. También soy una máquina de registrar datos. Siento un disfrute especial cuando lo hago. Mis amigas me llaman las “páginas amarillas”. Y hasta acá llegué para no aburrirlos hablándoles de mi. ¡Entren a descubrir el blog! ¡Para mí es un verdadero disfrute hacerlo!

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