“Uno pasa y las cosas quedan… Y las cosas, son de todos”
Cuerpo & Alma
“Eterno estudiante”, es la definición que según él mismo, mejor le calza. Apasionado de la arqueología y dueño de una curiosidad admirable, Marcelo Díaz Buschiazzo pasa sus días detrás de hallazgos que nos ayuden a entender dónde estamos parados. Y, para nuestra suerte, esas experiencias no quedan en un cajón, sino que las convierte en libros
Por Martina Pérez. Fotos Olivia Pérez
“El problema de nuestra época consiste en que sus hombres no quieren ser útiles, sino importantes”. La frase de Winston Churchill (1874-1965) está escrita en su agenda. Lo acompaña a diario. “Todos quieren ser importantes pero no útiles”, reafirma Marcelo Díaz Buschiazzo, oficial del Ejército de profesión, licenciado en Ciencias Militares, profesor y con una maestría en España de Historia Militar. Es también paracaidista. Y es, ante todo, arqueólogo de corazón, aunque aclara que le queda una materia -geología- para recibirse. “Es difícil para mí ser realmente solidario, pero sí trato de ser útil a la sociedad desde mi lugar”, dice Marcelo desde su escritorio, rodeado de hallazgos de excavaciones, publicaciones de su autoría, placas, diplomas, reconocimientos. Toda una vida de actividad desplegada en paredes, estantes y vitrinas de manera impecable y extremadamente prolija, como preservando algo de valor sagrado. Es que ahí están sus “tesoros”, aquella “bolsita de tierra” que lo liga a su quehacer, esa bolsita que Marcelo conserva como una especie de amuleto recordatorio: el de aportar, desde su lugar, al bien común. “Trato de mantenerme cercano a lo natural y alejarme de lo material. Uno pasa y las cosas quedan… Y las cosas, son de todos”.
Su padre amante de los pájaros y de la naturaleza, su infancia en Tarariras (departamento de Colonia), seguramente hayan colaborado en ese respeto hacia lo esencial, aún en lo más pequeño; esa reverencia que muestra ante aquello que permanece y que pertenece a todos.
Imagino a Marcelo (el menor de dos hermanos) como un niño buscador de tesoros, mapa en mano, siguiendo huellas y jugando a los piratas. “Todavía conservo cosas que encontré de niño -dice-. Una moneda de plata de 1855 que era brasilera. Creo que es de un cinturón de un gaucho”. En la zona donde creció, de indios y batallas, el hallazgo de boleadoras y puntas de flecha estaba a la orden del día. “Hasta hoy me pasa de estar barriendo en el fondo de la casa de mis padres y encontrarme con esos tesoros. Es como que desenterrás parte de tu pasado. Todas las piezas hablan y hay que saber escucharlas”.
En sus años escolares no faltó la clásica visita al Barrio Histórico de Colonia del Sacramento de donde, recuerda, se trajo una “piedrita”. “Para mí fue como encontrar una pirámide en Egipto. La arqueología siempre me atrajo pero como parte de un juego. Fue más de mayor, a fines de los ’90, cuando realmente me di cuenta lo mucho que me gustaba. Pero más allá de esta pasión, lo que yo voy a ser siempre es un eterno estudiante”.
Martina Pérez: ¿Sos militar de tradición de familiar?
Marcelo Díaz Buschiazzo: No. Durante mi infancia en Tarariras ni siquiera vi un militar. Un día leí una historia sobre el Liceo Militar y me gustó al punto que decidí hacer carrera. Le dije a mis padres y ellos me apoyaron. Tenía 14 años cuando me fui en la Onda, solo con mis ilusiones, de casa en Tarariras al Liceo Militar en Durazno. Nunca antes había salido de mi hogar y pasé de eso a venir cada tres semanas. Era el año ’84, las comunicaciones eran complejas; hablaba con mis padres una vez por semana y tenía tres horas de espera, recibía cartas suyas y yo también les escribía. Fue como la historia de un niño tras su destino. La vida te da esas experiencias fuertes, de renuncias, dejar de lado a la familia, perderse cosas propias de la edad como los cumpleaños de 15… Me fui siendo niño y volví siendo hombre.
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“Todas las piezas hablan y hay que saber escucharlas”
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MP: ¿Cómo fue tu carrera militar?; ¿Qué experiencias te dejó?
MDB: Muchas. Me marcó en varios sentidos. Una vez que estuve en el Liceo Militar, me di cuenta que, si bien me gustaba la aviación, lo mío iba por el Ejército. Yo elegí Infantería, que son los que pelean en tierra. Y soy paracaidista y comando. Tuve diferentes destinos en el país y a los 32 años me fui al Congo en Misión de Paz. Y esas vivencias te marcan. Estuve nueve meses entre 2002 y 2003. Recuerdo que estando allá le pregunté a un congoleño que trabajaba con nosotros el por qué de tanta pobreza y él me contestó asombrado: “¿Pobreza por qué? Si tengo mi casa, (que era una choza con techo de hojas), tengo a mi familia (era padre de 10 hijos), comida…». O sea, pobres somos nosotros que pensamos que la riqueza va por lo material. Él tenía todo y podía alimentar a toda su familia. Eso también me dejó huella porque fue ver otra realidad.
Pero en general, a mí el Liceo Militar me marcó. No necesité irme de mi casa para valorar lo que tenía. Fueron enseñanzas de vida, ver otras realidades, salir de la propia rutina y ser testigo de otras situaciones; comprobar que no todo está tan mal como uno a veces piensa. Uno le da otro valor a lo cotidiano de la vida.
Otro punto de inflexión fue en el año 1999, cuando falleció mi padre que era originario de una zona llamada Manantiales. Es una parte alta del departamento a unos 70 kilómetros de la ciudad de Colonia, donde en 1871 hubo una batalla, la Batalla de Manantiales, durante la Revolución de las Lanzas. Es la zona donde nació mi abuela, mi padre y mi esposa Ana. Así fue que me interesé por esta zona. Uno trata de “revivir” a los muertos buscando huellas. Y en esa búsqueda, vi que en los registros había detalles y grandes errores que marcaban el lugar de la batalla a 36 kilómetros de distancia unos de otros. Entonces, hice la propuesta para la Licenciatura de la Tesis con el fin de encontrar el punto exacto donde había sido la Batalla. Fue un trabajo importante que me llevó cinco años, en el cual conocí mis orígenes y comencé a atar períodos que estaban oscuros en nuestra historia nacional. La Revolución de las Lanzas no es algo que se enseñe en nuestra historia y, sin embargo, fue el precedente de la Guerra del Paraguay. Así, con Manantiales, empecé a sumar campos de batalla que en el 2005 llegaron a 200.
MP: ¿Cómo se trabaja sobre los campos de batalla?
MDB: Somos un equipo multidisciplinario pero disciplinado. Por ejemplo, cuando fuimos a trabajar a Paraguay, nos llevó 18 meses de investigación. Una vez que encontraste el sitio, no puede haber margen de error. Hay que buscar el material y conservarlo, hacer la puesta en valor de las piezas, la divulgación de la información, y culmina en lo que es la extensión, cuando presentamos los libros.
Para mí el trabajo más importante es el de investigación, con la parte documental, los libros, la cartografía… En el trabajo de campo, que es lo más lindo para quien hace arqueología, estas comprobando la hipótesis del gabinete en el terreno. Tenés un equipo de acuerdo a lo que vas hacer. Un campo de batalla no es un sitio acotado. Estamos hablando de, por ejemplo, Ituzaingó en Brasil, un campo de batalla de 150 hectáreas. En esas dimensiones, tenés que usar otras técnicas. Vemos en el planteo del terreno cómo se movía el comandante, dónde podía estar la infantería y dónde estaba dispuesta la artillería… Y desde ahí, acotar zonas de trabajo con diferentes instrumentos como detectores de metales, GPS, etcétera. En el campo está el arqueólogo, el museólogo y el conservador. Los tres trabajan juntos y si encontrás una pieza que quieras conservar para el museo, entonces el museólogo le dice al conservador qué aspecto quiere conservar. Hay cosas que no sabemos lo que son y tenemos que hacer un trabajo de investigación. Cuando uno no sabe, no puede descartar nada en el campo; si lo hacés, podés perder una pieza muy importante y es evidencia. Lo que se descarta en un campo de batalla, es lo que no está relacionado al hecho que buscamos; o sea, si busco de 1915, no voy a levantar lo de 1904. Esto se debe a que si alguien, el día de mañana, quiere buscar material de 1904, lo tiene allí, yo no me lo llevé, y así vamos dejando lugar a los otros. Esto es un trabajo técnico y hay que llevar materiales, todo un equipo y hacer conservación in situ. Es decir que, cuando la pieza sale de la tierra, ya se empieza a degradar, por lo tanto inmediatamente se empieza hacer la conservación. El día de mayor felicidad es cuando vas a hacer la excavación.
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“Tenía 14 años cuando me fui solo en la Onda, de mi casa en Tarariras al Liceo Militar en Durazno. La vida te da esas experiencias fuertes, de renuncias, dejar de lado a la familia, perderse cosas propias de la edad… Me fui siendo niño y volví siendo hombre”
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MP: ¿Qué busca la arqueología?
MDB: La historia tiene diferentes ramas y especialidades. La arqueología es la que trata sobre las pautas culturales. Los restos materiales obtenidos en las excavaciones te muestran las pautas culturales que tenían los humanos en ese momento, en ese sitio y en cierto tiempo. Es como si yo fuera a tu casa y examinara la bolsa de basura, voy a determinar qué comen en esa casa, qué hábitos tienen… Por ejemplo, una afeitadora me puede decir que hay un hombre o que las mujeres se afeitan el cuerpo. Se intenta que los restos materiales hablen, que cuenten su historia. Eso es lo apasionante de la arqueología.
A veces, el documento tiene una intención, la intención de quien lo escribió y la que oculta también. Por ejemplo, en cartografía, te puedo dibujar monstruos para que tú no vengas y te oculto dónde están las minas de plata. Hay una intencionalidad y lo mismo pasa con los documentos. Y cuando lo llevás a la arqueología, sucede que a veces no tenés documentos ya que, por ejemplo, se trata de sitios prehistóricos. Entonces, sólo contás con hechos. Pero sí podés comparar por intermedio de medios como la etnología, que estudia a las poblaciones actuales, como a los indígenas del Amazonas. Entonces van, observan su comportamiento y comprueban que tienen muchas técnicas similares a las que usaban los antepasados en cuanto a cómo trabajan la piedra, cómo cazan, etcétera. Y, a través de esa comparación, uno le va encontrando ciertos usos.
MP: En este proceso imagino que hay que animarse a cuestionar discursos, no dar por sentado las cosas…
MDB: Claro. A mí no me gusta discutir. Uno, en temas históricos, tiene que estar abierto a que puede haber cambios y eso a veces la gente no lo entiende. Yo digo que mi posición no tiene por qué ser exacta y le pido a los niños que busquen su propia interpretación.
MP: “Escuchar a la pieza”, como decías, lo opuesto a interpretarla ya con la respuesta propia de antemano…
MDB: Es que, en algunos ámbitos, hay gente que no sabe decir “no sé”, y ahí está el tema. Si no sé, hay que decirlo sin problemas y ponerse a investigar.
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“La historia te está esperando, y uno no puede defraudar ese momento”
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MP: ¿Cómo se puede hacer más accesible la arqueología a la gente?
MDB: Primero un cambio de tesitura donde el arqueólogo, el investigador o el profesor no sea el dueño de la verdad.
MP: ¿Hay soberbia en el ámbito?
MDB: Y sí. Porque no todos pueden ser arqueólogos o investigadores, hay que ser egresado de la Academia. Tampoco porque a uno le den una palita, uno es arqueólogo; pero si cada uno se guarda el saber para cada uno y no lo socializa, ¿de qué sirve? Al Atlas de la Antigua Colonia del Sacramento (2016) lo llevé al archivo de Colonia para que quien quiera, lo pueda utilizar. Yo hice el trabajo, pero el trabajo es para todos. Para hacer más accesible la arqueología, hay que echar tierra a esos mitos que se derriban educando, sensibilizando a la gente, llevando a las escuelas y mostrando a los niños que ellos también son parte del proceso. Devolver a los lugares y a los barrios, su historia. Es como revivir a los muertos. Saber dónde uno está parado.
Hay una publicidad en History Channel que dice: ¿Sabés dónde estás parado? Y muestra a una señora y a una niña juntando caracoles en una playa y detrás, en un segundo plano, sucede el desembarco de Normandía. Entonces, físicamente estaban en el lugar del desembarco pero en otro tiempo. Otra situación de esa publicidad es un perrito caminando por un parque en Nueva Jersey que era el mismo lugar donde se había incendiado el dirigible. Y, la tercera escena, muestra a un señor esperando el ómnibus en una parada en Berlín, en el segundo plano se ve a la gente tirando el Muro… O sea, ¿sabes dónde estás parado?
Cuando voy al Liceo Departamental de Colonia empiezo con esa pregunta: ¿Dónde estás parado? Les pongo unos videos. El Liceo Nro. 1 fue el lugar más importante desde donde se atacó a Colonia, Los Altos de la Concepción. Y había una batería con 19 cañones que atacaba a Colonia en diferentes sitios. Es interesante saber que un lugar donde hoy se enseña, fue otrora un sitio que atacaba a Colonia, poblado de soldados; luego fue una quinta de Doña Josefa y el lugar fue cambiando de nombre; después fue el barrio de las Quintas.
MP: ¿Vos vivís de la arqueología?
MDB: No, la arqueología es mi pasión. Yo estoy retirado. En el Ejército vos te podés retirar con 30 años de servicio. Yo soy paracaidista, cada tres años me daban uno más para el retiro. Por la misión en el exterior y los estudios, también sumé años de servicio. Entonces, a los 41 años me retiré con 30 años de servicio. La gente me pregunta por qué no trabajo, si tengo tiempo. A mí un cargo gerencial no me van a dar. Me van a dar un cargo para ganar 20 mil pesos, sólo para ser 20 mil pesos más rico por estar lejos de mi familia… Hoy tengo tiempo para la familia y para mí. El día de mañana, si tengo un problema económico y tengo que salir a trabajar las ocho horas, no tengo problema en hacerlo. Pero mi familia no tiene precio. Corro a las 8 de la mañana porque así no le quito tiempo al resto.
MP: ¿Qué hay de los trabajos arqueológicos en el Barrio Histórico de Colonia?
MDB: Hicimos descubrimientos que me llevaron a hacer el Atlas de la Antigua Colonia del Sacramento. En la zona del Acuario aparecieron restos de muros que eran parte de la muralla. Esto se transformó en un proyecto, “Paseo de la Brecha”, donde se conjugó la parte arquitectónica, edilicia, como solución habitacional, comercial (con un café literario), integrando el espacio con los bienes materiales y la muestra museística de los materiales arqueológicos. Se mantuvieron los muros a la vista de la gente. Esto te permite convivir con restos de la época española y portuguesa. Ese proyecto lo mandaron a Italia a un concurso donde participaron 400 obras arquitectónicas de 40 países y 400 concursantes y salió premiado. Obtuvo el premio Dedalo Minosse 2017. Esto es importante porque trabajamos juntos, inversores, historiadores, arqueólogos… Cuidamos y mantenemos.
MP: Mas allá de que quieras materializar los hallazgos, tenés especial interés en los libros…
MDB: Siempre me gustó la lectura. De chico leía mucha lectura infantil, aprendí fácil, leíamos Selecciones o los Almanaques del BSE. El saber no ocupa lugar. Mi madre me decía que cuando yo iba al almacén con un amigo, siempre leía los carteles; tenía mucha curiosidad. Siempre digo algo: “Desconfiá de todo”. Yo desconfío de todo. Desconfiar es parte de la curiosidad y uno tiene que encontrar la verdad por sí mismo. Uno tiene que tener su propia hipótesis. Si hay un libro que me dice que Artigas estuvo en Colonia, yo desconfío; entonces, busco para comprobar. Me gusta involucrarme en los trabajos. Preguntar el porqué. Aquí en Colonia hay una isla que se llama Antonio López y nadie sabe por qué se llama así, estoy detrás de ese dato. Todos los días cuando corro la veo y me desvive saber quién era Antonio López.
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“Siempre digo: ‘Desconfiá de todo’. Desconfiar es parte de la curiosidad y uno tiene que encontrar la verdad por sí mismo”
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MP: Contanos de tus libros y su contenido…
MDB: Lo primero que hicimos fue un coleccionable de batallas que hicieron historia. Consistió en 24 fascículos muy visuales que cuentan la historia de distintas batallas. Luego, asesoré una colección que se llamó 100 Objetos, 100 Historias. En este caso, se contaba la historia de objetos de museo; era como un catálogo de museo y la idea era mostrar que la pieza le habla a la gente y que tiene una historia detrás. Después, escribí un libro sobre Invasiones Inglesas.
Luego, con Juan Carlos Luzuriaga, trabajamos en un libro que se llamó Las Batallas de Artigas. Contamos la historia militar de la campaña artiguista de 1811 a 1820, cómo se peleaba en la época de Artigas, cómo se tiraba un cañón, qué era una lanza, su armamento, cómo vivía un soldado, qué comía; un poco lo cotidiano que es lo que no te cuentan los libros de historia.
Después, escribimos el libro sobre la campaña arqueológica por la que fuimos a Paraguay y que es sobre León de Palleja, esa trinchera que estaba perdida hace 148 años que era muy importante para nuestra Infantería. Nadie sabía dónde estaba y siempre se hablaba, fue donde murieron 8 mil hombres en tres días, entre ellos murió uno de los jefes más importantes que tenía Uruguay en 1866. Esa trinchera fue famosa y estaba perdida y la encontramos en el 2015.
También escribimos sobre la Batalla del Catalán, en 1817, entre los portugueses y las fuerzas de Artigas, en el departamento de Artigas.
Luego, el Atlas sobre Colonia del Sacramento que recoge cartografía universal de América del Sur, Río de la Plata y Colonia, y es un producto técnico porque no lleva un nivel intelectual muy grande. Expone mapas, hay que hacer un trabajo de recopilación y estuve como cuatro años recopilando mapas.
También soy articulista del Banco de Seguros. He escrito sobre El Salvador, que es uno de los naufragios más importantes en el Río de La Plata, en Punta del Este a la altura de la parada 10 de la Mansa. Es el más trágico, unos 600 muertos.
Este año escribí en el almanaque del Banco de Seguros del 2017 sobre la Inquisición en Colonia del Sacramento.
MP: ¿Cómo?; ¿Hubo “caza de brujas” en Colonia del Sacramento?
MDB: Sí. La Inquisición es un proceso que se dio tanto en la Iglesia Católica como en la Protestante, que iba contra los infieles aquellos que procesaban y que estuvieran en contra de los ideales cristianos. Los quemaban en la hoguera o le hacían procesos. La Inquisición era la entidad de la Iglesia compuesta por obispos y ciudadanos y juzgaban a las personas, ya sea por blasfemar contra la Iglesia, por tener conductas sexuales diferentes, por ser judíos, etcétera. En Colonia hubo dos tipos de Inquisición, la española y la portuguesa. En el Río de la Plata, la más fuerte fue la Inquisición portuguesa, si bien en América la peor fue la española. En Colonia había inquisidores, el más importante de todos fue J. Da Costa Quintao, conocido como “Quintón”. Era un personaje por ser el recaudador de la Hacienda Real Portuguesa, estamos hablando de 1722, y un tipo de mucho poder. De tanto poder, obtuvo más campos que el gobernador de Colonia, Pedro Gómez de Figueredo. Este inquisidor tenía la facultad de acusar a cualquiera y hacerle un autoprocesamiento e incautarle sus propiedades y pertenencias. Era un hombre de temer. Aquí, hay un paraje en la zona que se llama Quintón y también hay un arroyo Quintón. Allí tenía su quinta. Este inquisidor había comprado el cargo de patente de la Santa Inquisición y llegó a juzgar hasta a los mismos gobernadores. A uno lo juzgaron porque no iba a misa hacía más de dos años, porque no se arrodillaba ante la imagen del Santísimo Sacramento y, a su vez, porque cruzaba las piernas en misa. Si bien aquí no quemaban en la hoguera, llegaron a deportar a gente de Colonia, mandándola a Angola; la desterraban y moría allá. Los desterrados y los delitos más graves juzgados en Colonia eran por hechos sexuales. Pero la Inquisición también tenía herramientas, en Colonia tenía dos horcas, una en el Barrio Histórico y otra en el Real de San Carlos, si bien no hay detalles de que se haya ahorcado a nadie.
Contacto
Marcelo Díaz Buschiazzo
diazmarcelo@hotmail.com
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Acerca del autor
Me llamo Dolores de Arteaga y soy del 70. Amo la vida, con sus dulzuras y sus sinsabores, con mi pasado y mi presente. Tengo un largo camino recorrido como mujer y como ser humano, con todo lo que estas palabras implican. Fui niña y adolescente. Soy hija y madre, mujer de mi marido y amiga. ¿Mi marido? Mi pilar, el compañero que elegí desde que lo conocí, que nunca me cortó las alas para volar. ¿Mis hijos? Son lo más importante y fuerte que me pasó desde que nací. ¿Mis amigas? Son del alma, fueron mi propia elección, son mi otro yo, ven la vida con mis mismos lentes. sobremi Fui maestra, dueña de una tienda de segunda mano y ahora soy bloggera. Siempre digo que mis ciclos duran diez años; me gustan los cambios, reinventarme cada tanto. Me parece que las mutaciones forman parte del movimiento y de la riqueza de la vida. A partir de los 40 sentí que estaba empezando la otra mitad de mi existencia y se me despertaron gustos e intereses que quizás estaban dormidos. Me siento más entusiasta ahora que a los 20. Se preguntarán “¿qué se le dio por hacer un blog?”. Tengo intereses de todo tipo. Considero que leer es uno de los placeres de la vida, que el arte nos estimula los sentidos y que viajar nos enriquece el intelecto y el alma. Siempre me gustó descubrir la otra cara de las ciudades, hacer hallazgos donde no es fácil identificar a primera vista, descubrir y redescubrir lugares, conocer a la gente, estudiar la naturaleza humana en sus diferentes realidades, hurgar un libro hasta el cansancio, improvisar críticas de cine de lo más personales con amigas, salirme del clásico circuito pautado por unos pocos y estar pendiente de qué se puede hacer acá, allá o donde fuere. Pero sobre todo, me gusta reírme, y si es a carcajadas, mejor todavía. También soy una máquina de registrar datos. Siento un disfrute especial cuando lo hago. Mis amigas me llaman las “páginas amarillas”. Y hasta acá llegué para no aburrirlos hablándoles de mi. ¡Entren a descubrir el blog! ¡Para mí es un verdadero disfrute hacerlo!
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