No sé si todo pasa por algo
Cuerpo & Alma
Pronunciar esto hoy puede costarte grandes discusiones, a pesar de que la idea de fondo puede aliviar a mucha gente
Por María José Borges. Fotos Laura Abad (*)
Me caí, me di la cara contra la vereda, me corté el mentón y me fracturé el maxilar. Las seis semanas sin masticar que el cirujano me indicó todavía no terminaron. Sueño con alimentos sólidos y crocantes: maní, asado, pizza, el codo del pan. Al principio me dolía hablar, tragar, reírme, hacer gestos, dormir de ese lado.
Hoy, me duelen las cosas más extremas como bostezar, llorar o saludar con un beso (si el que me saluda lo hace con mucho entusiasmo). Pero gané un don: puedo adivinar si está lloviendo sin abrir la persiana por las mañanas. La humedad te da esa particular consciencia de los huesos que te sostienen, sobre todo de los que no están sanos.
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“La humedad te da esa particular consciencia de los huesos que te sostienen, sobre todos de los que no están sanos”
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Para mi sorpresa el accidente provocó diferentes reacciones en los que me rodean. Así como me encontraba, con la cabeza dolorida, los puntos en la herida y comiendo con sorbito, recibía amigos que me visitaban y que sentían la necesidad de dar una misma sentencia: “Todo pasa por algo”. Incluso intentaban encontrar explicaciones más específicas a mi caída, que nunca hacían referencia a la inclinación de la rampa en la que resbalé, ni la cerámica jabonosa, ni los cinco vecinos que se habían resbalado en el mismo lugar antes que yo.
Todas las explicaciones apelaban a una visión cósmica, que indicaba que por algo me tenía que caer yo en ese momento, por algo ahora me encontraba intentando licuar ravioles para poder comerlos. Me dijeron que me pasó porque estaba muy cansada y tenía que parar, o que como trabajo con la palabra esto significa que el destino no quería que hablara más, o que como andaba necesitando adelgazar unos kilos encontré la solución.
No estoy diciendo con esto que no se aprenda de cada cosa traumática que a uno le pasa. Hay muchos aprendizajes que saco diariamente de esta experiencia, aunque, honestamente, no sé si valen la caída. Entre otras cosas porque cuando mi cabeza golpeó el piso todo se puso confuso por unos segundos y me estalló un zumbido en el oído que se parecía mucho a los que en las películas indican que el personaje llegó al final, y ahí nomás, funde a blanco la imagen y los colores vuelven ya con la escena del funeral. Por unos segundos, se pareció a morir. Demasiado traumático como para desear vivirlo para así aprender algunas pocas cosas más que sé ahora sobre los huesos, los gestos, los sabores o el placer de comer.
De todo se aprende, seguro, pero eso no es lo mismo que sostener que todo pasa por una razón, que hay una causa detrás de cada hecho desafortunado. Yo misma pienso que algunas cosas de mi vida pasaron por una razón concreta (que en su momento llegué a identificar), pero hay muchos otros hechos que simplemente se los adjudico al azar. ¿Puede alguien dudar del caos? Confío en esa fuerza vital que hace avanzar el mundo y que por momentos hace coincidir las piezas como un puzzle, pero también se me hace evidente por momentos el peso de lo azaroso.
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“¿Puede alguien dudar del caos?”
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Es verdad que hay historias en las que todo encaja y ahí uno se siente agradecido con el universo y no quiere cambiar nada de lo que lo llevó hasta ese lugar. Porque la realidad supera la ficción, además, y hay grandes guiones en la vida real. Pero es difícil afirmar (y sobre todo afirmárselo a un otro que está sufriendo) que TODO pasa por algo. Mi objeción es con el absoluto.
Muchas personas podrían sentirse mejor si sólo aceptaran que hay ciertos hechos que suceden porque sí, y listo, no hay más vuelta que darle. No me digan que no alivia, en un punto. Además, ¿no es una idea un poco soberbia creer que tenemos a las fuerzas del universo trabajando para nosotros, para todos, simultáneamente? ¿Cómo se tejen los hilos de la realidad si tu destino predestinado se tiene que entretejer con el destino predestinado de tu vecino, tu jefe, tu empleado, tu primo, tu pareja o tu mejor amigo, las 24 horas, para que todo lo que les pase a ellos sea por una razón concreta y valedera?
El pensamiento sobre las causalidades parece característico de un cierto contexto social y cultural. No sé si en las realidades más pobres de la sociedad -las casas en las que los miembros de la familia pisan un suelo de tierra, por ejemplo- se convencen mutuamente de que todo les pasa por algo. Y saliendo de Uruguay, no parece justo que una niña que vive hoy en Siria, por ejemplo, piense que el infierno que vive ella y su familia tiene una causa justa, ¿no? O que el destino le asignó esa realidad porque todavía tiene mucho para aprender.
La injusticia existe. Parece maduro aceptarlo. Tengo varias historias injustas en mi propio pasado. Cuando estaba en cuarto año de escuela mi maestra, Marita, murió atropellada por un ómnibus. Y años después una profesora del liceo muy joven, Rosario, que era catequista y amiga (una de las personas más bondadosas que conocí) murió dando a luz a su primera hija. Me cuesta creer que haya una causa válida para esas tragedias.
Habrá quien crea que escribo esto desde el enojo o el resentimiento. Sin embargo, lo hago desde la calma y la aceptación. Me llevó mucho tiempo aceptar eso que sentía tan injusto (años de niñez y juventud peleada con el universo) pero finalmente lo acepté, sin rencores proyectados.
Del mismo modo, hay gente que vive hechos trágicos con sus seres queridos, suicidios, accidentes y, para mayor desconcierto de la razón y el corazón existe el cáncer infantil. Es difícil pensar que haya un designio divino razonable por el que tengan que morir esos seres chiquitos y encantadores. Porque si todo pasa por algo, esas desgracias extremas también deberían tener una explicación. Y no la encuentro.
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“Hay casos en que lo mejor (o la única opción) es simplemente seguir adelante”
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Entiendo que muchas veces la idea del “todo pasa por algo” remite a una consciencia mística necesaria y hasta a la religión. Algunos pensarán, por tanto, que me falta fe. Sin embargo, hay pocos conceptos que parezcan más cercanos al cristianismo que la idea de aceptación. Aceptar lo que llega a nosotros, aunque no nos parezca lo mejor o lo más deseado. El perdón y la compasión forman parte de un conjunto de ideas cristianas valiosas que se completan con la aceptación.
Pensar por qué nos pasó a nosotros un hecho concreto puede llevarnos a un aprendizaje, sí, pero también detenernos demasiado en el “por qué” puede bloquearnos, frenar el avance de la recuperación o la resolución del conflicto, el duelo, el dolor físico o espiritual que estemos atravesando. Hay casos en que lo mejor (o la única opción) es simplemente seguir adelante.
No hay nada más difícil que aceptar la injusticia, el misterio o lo que escapa a las explicaciones racionales. De esa intriga se alimenta la filosofía y las artes desde hace siglos. Y somos parte de esa historia de preguntas sin respuestas.
(*) Las fotografías que ilustran esta nota son parte de la muestra #AtmosphereMontevideoSeries, homenaje de la fotógrafa Laura Abad a los cielos de Montevideo.
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Acerca del autor
Me llamo Dolores de Arteaga y soy del 70. Amo la vida, con sus dulzuras y sus sinsabores, con mi pasado y mi presente. Tengo un largo camino recorrido como mujer y como ser humano, con todo lo que estas palabras implican. Fui niña y adolescente. Soy hija y madre, mujer de mi marido y amiga. ¿Mi marido? Mi pilar, el compañero que elegí desde que lo conocí, que nunca me cortó las alas para volar. ¿Mis hijos? Son lo más importante y fuerte que me pasó desde que nací. ¿Mis amigas? Son del alma, fueron mi propia elección, son mi otro yo, ven la vida con mis mismos lentes. sobremi Fui maestra, dueña de una tienda de segunda mano y ahora soy bloggera. Siempre digo que mis ciclos duran diez años; me gustan los cambios, reinventarme cada tanto. Me parece que las mutaciones forman parte del movimiento y de la riqueza de la vida. A partir de los 40 sentí que estaba empezando la otra mitad de mi existencia y se me despertaron gustos e intereses que quizás estaban dormidos. Me siento más entusiasta ahora que a los 20. Se preguntarán “¿qué se le dio por hacer un blog?”. Tengo intereses de todo tipo. Considero que leer es uno de los placeres de la vida, que el arte nos estimula los sentidos y que viajar nos enriquece el intelecto y el alma. Siempre me gustó descubrir la otra cara de las ciudades, hacer hallazgos donde no es fácil identificar a primera vista, descubrir y redescubrir lugares, conocer a la gente, estudiar la naturaleza humana en sus diferentes realidades, hurgar un libro hasta el cansancio, improvisar críticas de cine de lo más personales con amigas, salirme del clásico circuito pautado por unos pocos y estar pendiente de qué se puede hacer acá, allá o donde fuere. Pero sobre todo, me gusta reírme, y si es a carcajadas, mejor todavía. También soy una máquina de registrar datos. Siento un disfrute especial cuando lo hago. Mis amigas me llaman las “páginas amarillas”. Y hasta acá llegué para no aburrirlos hablándoles de mi. ¡Entren a descubrir el blog! ¡Para mí es un verdadero disfrute hacerlo!
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