“La duquesa de Alba me decía: ‘¡¿Cómo sabe tanto siendo tan joven?!’”
Vestir: una pasión
Lola Calero, la costurera que nos roba más de una carcajada a quienes somos sus clientas. Un recorrido por sus anécdotas y la novedad de su nuevo taller, Koquetas
Por Dolores de Arteaga
Lola, “la española”, es así como la ves. Alegre. Fresca. Observadora. Franca por donde la mires. Y con una mano costurera que fue aprobada y ensalzada por empresas y personas con altos estándares de calidad y de vida. Benetton, Pronovias, la ex Infanta Cristina de España y la Duquesa de Alba, supieron ser sus primeras experiencias laborales. De esas oportunidades formativas que a veces a uno le tocan en suerte.
“Necesito una costurera que tenga los dedos chicos como una muñeca, porque la aguja es casi invisible”, dijo el gerente de Pronovias de Cataluña, buscando a una niña para coser a mano vestidos de novia, corriendo el año ‘ 67. Y allá marchó Lola con solo 10 años a su primer trabajo formal. Cuando iba la inspección la colocaban en un carro y la tapaban con mucha ropa para que no la vieran. Es que con solo 5 años, Lola ya cosía las camisas, los vestidos y los delantales de todas sus muñecas. Según lo que me cuenta, era una niña prodigio.
Conocí a Lola cuando ésta trabajaba haciendo arreglos en una conocida tintorería de Montevideo. Hacía cuatro años que había llegado a Uruguay. Pero sus primeros pasos en ese centro no fueron con aguja en mano, más bien se tuvo que amigar con la plancha. Para otra persona no hubiera sido fácil apalabrarse a su jefe, pero viniendo de Lola… “ Yo le dije que era una crack cosiendo. Que había cosido para las mejores familias de España.”, comenta ella. Y así fue como no solo la pusieron en su metier, la costura, sino que dejó boquiabierto a su jefe en pocos meses, cuando el trabajo de costura que iba llegando se hacía incontrolable.
Por aquel entonces yo siempre le recordaba: “Lola, no te olvides que yo fui una de tus primeras clientas…” Lola, entre tentada y enojada, me contestaba: “Agua de cántaro, ¡es que esto es demasiado!” Hoy día Lola está estrenando su taller, Koquetas, donde se dedica a hacer arreglos de ropa y alta costura.
Dolores Calero (59) aunque nadie la conoce como Dolores, es mamá de dos hombres: Gerard (31) y Genis (33), quienes viven en España. Está divorciada del papá de sus hijos, y luego estuvo casada 17 años con un uruguayo, quien la trajo a conocer Uruguay… Desde entonces nunca más se quiso ir de nuestro país: “Me enamoré de Uruguay. Apenas llegué sentí que había estado toda mi vida aquí.”
El padre de Lola era militar; ella nació en Marruecos y al año volvió a España, a su pequeño pueblo de Arévalo, en Ávila. Desde los 3 hasta los 10 años, fue criada por su abuela materna, Vicenta, una mujer de armas tomar, republicana comunista, a quien Lola admiraba plenamente. Resulta que esta mujer era la cacique del pueblo: “Se ponía el mundo encima. Había tenido 16 hijos. Un día le hizo la maleta a mi abuelo y lo echó de la casa.”, me comenta Lola. Con su madre, a la cual veía solo durante las vacaciones, no tuvo una relación de maravillas: “Ella llevó una vida bastante triste, porque mi padre era muy guapo, muy mujeriego y tenía todas las amantes que quería. Pero ella todo lo complicó con la Iglesia, porque era muy beata y no razonaba. Mi abuela también lo era, pero como era ‘al pan pan, y al vino vino’, cuando el cura decía algo que no le gustaba durante el sermón, ella se levantaba y decía que eso no era cierto.”, me dice Lola emocionada, acordándose de su abuela. Al ser madre de tantos hijos, durante la Guerra Civil, Vicenta tenía hijos en los dos bandos. Una de las anécdotas es que una noche llamó a uno de ellos, general del Bando Nacional, y le dijo: “Basilio, a tu hermano lo ponen en el paredón esta noche, que lo saques de ahí ya, si no, ¡te mato!” Y según Lola, las palabras de su abuela Vicenta eran órdenes. Y, parece ser, esa es la herencia de Lola.
Con su padre sentía algo especial: “Él siempre me protegió. ¡Y tenía tanta energía! Eso heredé de él. Además, era un hombre muy trabajador y alegre, era cantante de flamenco y de saetas, canciones que se cantan cuando en la Semana Santa se pasea a la Virgen.”, me cuenta Lola, quien si bien vivía con su abuela, pasaba todas las vacaciones en su casa familiar en la ciudad de Sabadell, en Cataluña.
Uruguay ya se perfilaba en su destino. Allá por el ’71, su papá regresaba del trabajo tarareando: “Al Uruguay, guay, yo me voy…” Y a Lola se le había “pegado” esa canción, sin saber qué o quién era Uruguay. Ella también sabía que su padre era de Peñarol, un cuadro de fútbol de un país lejano, que alguna unión tenía con aquella canción. Otro vaticinio del destino: “A los 14 años me suscribí a una revista que se llamaba Nuevo Estilo, era una revista de decoración de jardines que llegaba todas las semanas. Una de ellas me impactó, mostraba una casa con un mar azul con una espuma impresionante, y cuando leo abajo la letrita chica decía que era en Punta del Diablo…”
La Duquesa de Alba, merece un capítulo aparte. Un día del año ’84 apareció como si nada con su ayudante, en el tallercito que Lola tenía montado en la aristocrática zona de Pedralbés, en Barcelona. Se había enterado que Lola hacía costura correctiva. “Ella era una mujer muy segura, de esas que van por la vida mirando a los ojos. Entró y me dijo: ‘Yo soy Doña Cayetana de Alba.’ Y yo le dije: ‘Sí, la conozco por la tele, la veo de refilón en el programa de chimentos de famosos, mi marido es muy simple y le gusta ese tipo de tele.’ Y Doña Cayetana se empezó a reír, y me dijo: ‘Vaya, por Dios, me gustas porque eres sincera.’, me comentó Lola. Parece que a la Duquesa de Alba le hizo tanta gracia la personalidad de Lola, que entablaron una amistad. Además, venía especialmente desde Sevilla, porque había visto críticas muy buenas de Lola en la prensa y sabía que todos sus trabajos eran garantizados, es decir que si algo no quedaba bien se volvía a hacer. “Cayetana, a partir de los 70 años empezó a desarrollar una joroba y se sentía acomplejada. Y como tenía piezas únicas de Victorio & Lucchino y de modistos muy buenos españoles, no quería comprarse más ropa. Solo reformar la que ya tenía. Lo que hacía yo era disimularle la joroba con una especie de espuma dentro de la espalda, como una armadura por dentro de la ropa. Ella me decía que yo era un genio: ‘¡¿Cómo sabe tanto siendo tan joven?!’ Es que yo tenía 33 años…”, comenta Lola. Así, durante mucho tiempo, dos o tres veces al año la Duquesa de Alba dejaba Sevilla para visitar a Lola en Barcelona. Fue una clienta fiel, de esas que Lola siempre guardará en su memoria: “Cayetana era una mujer entrañable. Siempre me traía alguna cosita de alguna amiga mariana, que son las mujeres que creen en la Virgen.”
Volviendo al día de hoy, en su taller Koquetas Lola puede volcar toda la experiencia que la vida le obsequió. “A veces me pasa que tengo un arreglo que no me sale, que es un problemón tremendo y necesito serenarme. Lo dejo apartado y yendo en el coche me vienen las ideas; queda estupendo. Soy complicada para trabajar porque me gusta que la prenda quede como cuando la compró el cliente. Me gusta hacer la proyección en mi cabeza y después verlo acabado como lo imaginé.”
Y para terminar, Lola resalta que la gente uruguaya es sencilla, que aquí puede más lo bueno que lo malo. Y que, por supuesto, va a jubilarse en Uruguay. Seguramente en la casa que se compró en Pinamar, en la Ciudad de la Costa, con tanto esfuerzo. Y quizás algunos días, cuando la nostalgia tome forma, también le haga un lugar en sus recuerdos a su querida abuela Vicenta y a aquellos cánticos que con tanto amor canturreaba su papá: “Al Uruguay, guay, yo me voy …” Y alguna lágrima corra por sus mejillas…
Contacto:
Koquetas
Dir Mariano Uriarte 6290 Esq. Córcega
Cel 098 864 462
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Acerca del autor
Me llamo Dolores de Arteaga y soy del 70. Amo la vida, con sus dulzuras y sus sinsabores, con mi pasado y mi presente. Tengo un largo camino recorrido como mujer y como ser humano, con todo lo que estas palabras implican. Fui niña y adolescente. Soy hija y madre, mujer de mi marido y amiga. ¿Mi marido? Mi pilar, el compañero que elegí desde que lo conocí, que nunca me cortó las alas para volar. ¿Mis hijos? Son lo más importante y fuerte que me pasó desde que nací. ¿Mis amigas? Son del alma, fueron mi propia elección, son mi otro yo, ven la vida con mis mismos lentes. sobremi Fui maestra, dueña de una tienda de segunda mano y ahora soy bloggera. Siempre digo que mis ciclos duran diez años; me gustan los cambios, reinventarme cada tanto. Me parece que las mutaciones forman parte del movimiento y de la riqueza de la vida. A partir de los 40 sentí que estaba empezando la otra mitad de mi existencia y se me despertaron gustos e intereses que quizás estaban dormidos. Me siento más entusiasta ahora que a los 20. Se preguntarán “¿qué se le dio por hacer un blog?”. Tengo intereses de todo tipo. Considero que leer es uno de los placeres de la vida, que el arte nos estimula los sentidos y que viajar nos enriquece el intelecto y el alma. Siempre me gustó descubrir la otra cara de las ciudades, hacer hallazgos donde no es fácil identificar a primera vista, descubrir y redescubrir lugares, conocer a la gente, estudiar la naturaleza humana en sus diferentes realidades, hurgar un libro hasta el cansancio, improvisar críticas de cine de lo más personales con amigas, salirme del clásico circuito pautado por unos pocos y estar pendiente de qué se puede hacer acá, allá o donde fuere. Pero sobre todo, me gusta reírme, y si es a carcajadas, mejor todavía. También soy una máquina de registrar datos. Siento un disfrute especial cuando lo hago. Mis amigas me llaman las “páginas amarillas”. Y hasta acá llegué para no aburrirlos hablándoles de mi. ¡Entren a descubrir el blog! ¡Para mí es un verdadero disfrute hacerlo!
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