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Las mujeres, ¿están mejor hoy?

Cuerpo & Alma
Las mujeres, ¿están mejor hoy?

Marilén Stengel ahonda en la experiencia de ser mujer en la actualidad. En su libro La Mujer Presente reconoce los logros femeninos alcanzados en las últimas décadas pero se pregunta si las mujeres están hoy mejor que antes

septiembre 29, 2014

Marilene

 

Segunda parte (Click aquí para ver la primera parte)

“Las mujeres pueden hacer casi todo lo que se propongan (sobre todo en Occidente). Pueden ir a la Luna, ser soldados, cirujanos, trabajar en minas a 6.000 metros de altura, ser elegidas como presidentas u optar por ser madres y ocuparse de las tareas hogareñas…. Visto desde esta perspectiva, han resuelto un problema milenario. Pero, ¿están mejor? ¿Acaso la experiencia de ser mujer hoy es más satisfactoria que antaño?” No. Definitivamente no lo es, y tampoco lo será ni a corto ni a mediano plazo. O sí, pero eso dependerá en gran medida de lo que haga cada mujer en particular y de lo que hagan en conjunto”.

Así comienza Marilén Stengel su libro La Mujer Presente (Ediciones B, 2008) a través del cual despliega la situación de la mujer hoy y enumera siete trampas en las cuales la mayoría de las mujeres caen, pese a los innegables y grandes logros alcanzados en las últimas décadas.

La realidad, la abrumadora realidad
“Ser mujer en el siglo XXI es mucho más difícil de lo que las generaciones anteriores a la actual jamás hubieran imaginado. Lo es incluso en el seno de sociedades capitalistas y liberales que son las que supuestamente resultan menos “opresivas” que las fundamentalistas de cualquier color político o credo religioso. Lo es, incluso un siglo después de que surgieran los primeros movimientos de liberación femenina que tanto han contribuido en  favor de la equidad y la paridad entre los géneros.

Sin embargo, esta dificultad para ‘estar en el mundo’ que sufren tantas mujeres se debe en gran medida a una sinergia de factores muy diversos que convergen en siete trampas o creencias que acechan a todas las mujeres de hoy, estén donde estén y tengan la edad que tengan. La gran mayoría de las mujeres que conozco ha caído, está por caer o por volver a caer en alguna de dichas trampas.

Estas siete trampas no son otra cosa que mitos o creencias equívocas que han echado raíces poderosas en la esencia misma de la identidad femenina. Esto las convierte no sólo en peligrosas sino en fuentes de frustración y de dolorosa insatisfacción. Son peligrosas porque entrañan un anhelo que es o bien irrealizable o porque no guarda necesariamente una relación con la realidad del mundo y de las relaciones que en él se establecen.

Las siete trampas
1) Un hombre me completa física, emocional y espiritualmente.
2) La pareja es la relación que establezco con un hombre que necesariamente es mi par emocional.
3) La familia es el espacio en el que mi compañero yo como seremos proveedores afectivos de los hijos que criemos juntos.
4) El trabajo doméstico es una tarea que puedo compartir con mi pareja.
5) Para “ganar” en mi trabajo tengo que desempeñarme como lo hacen los varones.
6) Postergar mis necesidades en favor de las de mi familia me vuelve una buena mujer (¡y feliz también!).
7) Si tan sólo lograra superar ese “defecto” físico seré feliz.

Los perfiles de las trampas
Un porcentaje importante del género femenino está convencido de que junto a un varón logrará completarse. Es decir, que ese varón que ha elegido para compartir su vida (o al menos un tramo de ella), le aportará a su existencia lo que le “falta”, aquella parte sin la cual no está “entera”. Y si bien esta es una idea que casi ninguna mujer “emancipada” reconocería tener, sigue ocupando un lugar importante en los anaqueles menos reconocidos de la interioridad femenina. Muchas, sencillamente, no se sienten “completas” sin un hombre a su lado aunque racionalmente sepan que esto no es más que una creencia falsa. Pero si tantas saben que esta es una idea que funciona como una trampa, ¿por qué intuyen tanta verdad en ella? Lo cierto es que detrás de este concepto hay motivos históricos, sociales y religiosos que llevan a una mujer a creer que sola “existe a medias” o que es menos valiosa que junto a un varón. Esta es, sin duda, una de las peores y más peligrosas trampas en las que una mujer puede caer porque implica una estimación deficiente de quién es en esencia y de cuál es su valía como persona. Supone reconocer que se “es” menos que otros, un error que se suele pagar con enormes dosis de dolor y del que algunas nunca salen.

Pero a la vez que una mujer busca establecer una relación con otro, también busca un par que le permita desarrollar y desplegar su rico e intenso mundo emocional. Lamentablemente, miles se encuentran con hombres que las seducen, las enamoran pero que, en el fondo y con el tiempo, resultan ser emocionalmente niños o padecer de un severo subdesarrollo emocional que dificulta, e incluso impide, una vida de relación entre “iguales”. Por este motivo, tantas mujeres se despiertan un día con la sensación de que sus parejas “son un hijo más”, algo que ciertamente  no estaba en el plan original. Entonces, para todas las que no aceptan tener un hijo por marido, comienza el doloroso camino de la separación, del divorcio y, si el optimismo lo permite, la apertura al encuentro con un varón  que en verdad sea un “adulto” emocional.

Para otras, la verdadera odisea comienza cuando nace su primer hijo y se presenta el desafío   de criar junto a su pareja, a los hijos que tienen en común o que cada uno aporta de sus respectivos matrimonios anteriores. Se encuentran, entonces, con que, en mayor o menor medida, los varones prefieren delegar en ellas el sostén emocional y afectivo de los chicos (algo que ya habían visto a sus padres hacer con sus madres). Las mujeres quedan, de esta forma, a cargo de hablar, abrazar y consolar, escuchar y sostener, acompañar y guiar a los hijos, mientras los hombres observan esa relación desde lejos y, a veces, sin atenderlas, como si en el fondo esta fuera una función propia de “mujeres”. Lo cierto es que esta es una responsabilidad humana y propia de un progenitor, independientemente de su sexo.

El “desentendimiento” masculino también afecta, en gran medida, el ámbito del trabajo doméstico. Multitud de mujeres se encuentran con que, aún cuando trabajan fuera de sus casas, las tareas de la limpieza, del lavado de la ropa, las compras, la atención a todos los gremios (plomeros, pintores, electricistas, entre decenas de otros) es asunto casi exclusivamente de ellas. El tema se complica aún más cuando hay que llevar a los chicos al médico, ir a las reuniones de padres en el colegio, o hablar sobre sexo, drogas y demás temas “espinosos” con los vástagos…

Cuando finalmente la mujer logra llegar a la puerta de la casa, trasponer su umbral y dirigirse hacia su trabajo rentado, tropieza una y otra vez con que, por el sólo hecho de ser mujer, o bien gana un cuarenta por ciento menos que sus colegas hombres, o tiene que trabajar más duro, y un promedio de cinco años, para probar que merece un ascenso. Finalmente y una vez demostrada su valía profesional e intelectual, también podrá sufrir o bien con el acoso sexual o con el mobbing (acoso moral) o con el famoso “techo de cristal”, que es el límite contra el que incluso hoy muchas de las más altas ejecutivas siguen golpeando sus cabezas en las mega corporaciones de todo el mundo.

A su vez, puesto que la mujer cumple roles tan activos tanto en el hogar como en su trabajo extra doméstico, encuentra que frecuentemente ella acaba abocándose a satisfacer las necesidades de todos los integrantes de la familia, a expensas de satisfacer los propios deseos y vocaciones. Encuentra que justo cuando parecía  que iba a ponerse a leer tal o cual libro, tomar un café con una amiga, o ir a una clase de coro, debe salir corriendo a llevar a alguien al médico, comprar útiles o comida o cualquier otra cosa, que la aleja una vez más de la posibilidad de cumplir con aquello que anhelaba. Algunas descubren, con gran dolor, que lo suyo siempre sufre postergaciones y que lo propio siempre debe esperar a otro momento. Un momento que a veces parece no llegar nunca.

Y como si todo lo mencionado con anterioridad fuera poco, las mujeres están sujetas además a la dictadura  de la belleza. Vivimos en sociedades que exigen a las mujeres ser bellas teniendo como parámetro un modelo prácticamente imposible de emular: delgada en extremo, bonita y joven. El problema es que, en al menos la mitad del mundo, el modelo de delgadez apetecible es o está muy próximo al que se consigue a través de la anorexia y/o bulimia, la altura ideal ronda el metro setenta, y la juventud se disfruta unos cuantos años y luego pasa. Ante esta realidad, muchas salen en estampida a teñirse el pelo, a caminar sobre tacos imposiblemente altos, a quitarse los pliegues de los párpados, a introducir prótesis en sus cuerpos (muchas veces sin estar ciento por ciento seguras de que no habrá daños colaterales). Recuerdo que el año pasado, mientras almorzaba con una amiga, ésta en broma me dijo: “Mejor muerta que gorda”, y nos reímos de buena gana hasta que, pocos meses después, me confesó que se había sometido a una liposucción. Una operación ciertamente dolorosa y no siempre desprovista de riesgos.

Por otra parte, la única verdad que conocemos, en tanto seres temporales, es que la que vive se arruga. Todavía no se ha hallado la forma de evitar el desgaste y las huellas que provoca el paso del tiempo, aunque sí formas más o menos cruentas para “ganar tiempo”. Así es como tantas inician una guerra sorda contra lo que son: seres hermosamente temporales. Entonces las preguntas que surgen se vuelven más o menos dramáticas. ¿Cuantas cirugías harán la magia? ¿Cuantos litros de toxina botulínica borrarán los surcos? ¿Cuantas aplicaciones de ácido blanquearán los rostros? Como yo lo veo, desde que iniciamos dicha guerra, la hemos perdido porque ese nivel de lucha encarnizada revela que nos hemos perdido. Y me interesa diferenciar claramente “declararse la guerra” de buscar cuidarse, hacer ejercicio, equilibrar la alimentación y el peso, protegerse del sol para arrugarse y manchar menos la propia piel o de teñirse las canas… Porque es la guerra la que nos aniquila, no el cuidado.

Millones de mujeres viven con la fantasía que lo único que necesitan es estar un poco más delgadas (sin jamás perder el volumen del busto), tener una nariz más pequeña (y, en lo posible, respingada), ser un poco más jóvenes, resultar un poquito más sexy (no existe acuerdo en qué consiste exactamente dicha categoría, pero todas lo desean), medir unos centímetros más, tener un trasero redondeado en vez de chato, para experimentar la tan ansiada felicidad. Una meta que pareciera dispararse hacia adelante cada vez que alguna da un paso en su dirección.

El desafío
A lo largo de la vida, cada mujer se enfrentará en mayor o menor medida, con los obstáculos que estas siete trampas le proponen. Ello significa que para un gran número, ser mujer se volverá algo muy parecido a correr una carrera sobre un campo minado.

En el libro propongo un viaje al corazón de estas “siete creencias” que acosan a la mujer presente, a fin de explorar las implicancias, las luces y las sombras que cada una encierra. Porque si bien estas trampas acechan hoy a las mujeres de todo el mundo, son estas mismas las que deberán decidir responsablemente que harán con ellas: tomarlas como datos inamovibles de la realidad o trabajar para modificarlas aún cuando los cambios que puedan introducir en la cotidianeidad parezcan minúsculos aún a mediano o largo plazo.

Las mujeres estamos en problemas, es cierto, pero también somos parte de la solución. Echarles la culpa a los varones, a la moda o a cualquier factor externo tampoco nos servirá. La cuestión que deberemos decidir es la responsabilidad con la que cada una enfrentará dichas trampas. De esa actitud dependerá, en gran medida, el mundo que les dejaremos a las más jóvenes. Y la mujer presente es la protagonista indiscutida (asuma o no su rol) de esta parte de la historia que le compete escribir”.

 

 

Contacto:
Marilén Stengel
Mail: mariaelenastengel@hotmail.com
http://lamujerpresente.blogspot.com

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Acerca del autor

Me llamo Dolores de Arteaga y soy del 70. Amo la vida, con sus dulzuras y sus sinsabores, con mi pasado y mi presente. Tengo un largo camino recorrido como mujer y como ser humano, con todo lo que estas palabras implican. Fui niña y adolescente. Soy hija y madre, mujer de mi marido y amiga. ¿Mi marido? Mi pilar, el compañero que elegí desde que lo conocí, que nunca me cortó las alas para volar. ¿Mis hijos? Son lo más importante y fuerte que me pasó desde que nací. ¿Mis amigas? Son del alma, fueron mi propia elección, son mi otro yo, ven la vida con mis mismos lentes. sobremi Fui maestra, dueña de una tienda de segunda mano y ahora soy bloggera. Siempre digo que mis ciclos duran diez años; me gustan los cambios, reinventarme cada tanto. Me parece que las mutaciones forman parte del movimiento y de la riqueza de la vida. A partir de los 40 sentí que estaba empezando la otra mitad de mi existencia y se me despertaron gustos e intereses que quizás estaban dormidos. Me siento más entusiasta ahora que a los 20. Se preguntarán “¿qué se le dio por hacer un blog?”. Tengo intereses de todo tipo. Considero que leer es uno de los placeres de la vida, que el arte nos estimula los sentidos y que viajar nos enriquece el intelecto y el alma. Siempre me gustó descubrir la otra cara de las ciudades, hacer hallazgos donde no es fácil identificar a primera vista, descubrir y redescubrir lugares, conocer a la gente, estudiar la naturaleza humana en sus diferentes realidades, hurgar un libro hasta el cansancio, improvisar críticas de cine de lo más personales con amigas, salirme del clásico circuito pautado por unos pocos y estar pendiente de qué se puede hacer acá, allá o donde fuere. Pero sobre todo, me gusta reírme, y si es a carcajadas, mejor todavía. También soy una máquina de registrar datos. Siento un disfrute especial cuando lo hago. Mis amigas me llaman las “páginas amarillas”. Y hasta acá llegué para no aburrirlos hablándoles de mi. ¡Entren a descubrir el blog! ¡Para mí es un verdadero disfrute hacerlo!

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